jueves, 19 de enero de 2012

el viejo maestro



LEYENDA SOBRE EL ORIGEN DEL LIBRO “TAO-TE-KING”, DICTADO POR LAO-TSE EN EL CAMINO DE LA EMIGRACIÓN


Bertolt Brecht


A los setenta años, ya achacoso,

sintió el maestro un gran ansia de paz.

Moría la bondad en el país

y se iba haciendo fuerte la maldad.

Se abrochó los zapatos.


Empaquetó las cosas necesarias.

Pocas: Pero algo había de llevar.

La pipa en que fumaba cada noche.

El libro que leía a todas horas.

Algo de blanco pan.


Gozó mirando el valle, y lo olvidó

cuando la senda comenzó a ascender.

Rumiaba el buey, alegre, hierba fresca

mientras llevaba al viejo.

Pues iba muy de prisa para él.


Caminó cuatro días entre peñas

hasta que un aduanero lo paró.

“alguna cosa de valor?” “Ninguna.”

“Es un maestro”, dijo el joven guía

del buey. Y el aduanero comprendió.


Y el hombre, en un impulso afectuoso,

aún preguntó: “Que ha llegado a saber’”

Y el muchacho explicó: “Que el agua blanda

hasta a la piedra acaba por vencer.

Lo duro pierde.


Aprovechando aquel atardecer,

tiró el guía del buey, siguiendo viaje.

Ya se perdían tras de un pino negro

cuando los alcanzó el buen aduanero.

Les gritaba. “!Esperadme!”.


“Dime otra vez eso del agua, anciano.”

Se detuvo el maestro: “¿Te interesa?”

“Soy sólo un aduanero”, dijo el hombre,

“pero quiero saber quien vencerá.

Si tú lo sabes, dímelo.


!Escríbemelo! !Díctalo a este niño!

No lo reserves sólo para ti.

En casa te daré tinta y papel.

Y también de cenar. Yo vivo allí.

¿Aceptas mi propuesta?”


Examinó el anciano al aduanero:

chaqueta remendada, sin zapatos,

viejo antes de llegar a la vejez.

No era precisamente un triunfador*

Murmuró: “¿Tu también?”


Había vivido demasiado para

no aceptar tan amable invitación.

“Quien pregunta, merece una respuesta.

Parémonos aquí”, dijo en voz alta.

“Hace ya frío”, el guía le apoyó.


Echó pie a tierra el sabio de su buey.

Escribieron durante siete días

alimentados por el aduanero,

quien maldecía ahora en voz muy baja

a los contrabandistas.


Una mañana, al fin, ochenta y una

sentencias dio el muchacho al aduanero.

Y, agradeciéndole un pequeño don,

se perdieron detrás del pino negro.

No es fácil encontrar tanta atención.


No celebremos, pues, tan sólo al sabio

cuyo nombre en el libro resplandece.

Al sabio hay que arrancarle su saber.

Al aduanero que se lo pidió

demos gracias también.


(Historias del Calendario, 1939)