viernes, 15 de febrero de 2008

Relato 3

Nota: Antes de continuar, lea el Relato 2

Zona

Ella bailaba sin moverse siquiera. No sé lo que acabo de decir, pero es cierto. No sé si tenga sentido para los demás. Lo tiene para mí. Zona baila inmóvil. No sé cómo lo hace, sólo sé que se mueve sin moverse, y que sus movimientos son estáticos.


La veo en el Club cada varias semanas; creo que le gusta mi selección. La semana pasada se me acercó y me pidió una copia de del disco de trip hop que había programado.

–No estoy a favor de la piratería, pero es material muy raro, y creo que a nadie hará daño que alguien más conozca esta música.

Después de varias semanas de presencia consecutiva, nos hicimos amigos. Ella inspiraba confianza, con sus cabellos pintados de azul, y rapada como mohicano, pero manteniendo las patillas, largas y retorcidas.

Por alguna razón, no pude resistirme a sondear en su mente. Ya tenía la suficiente experiencia en el manejo de la magia de la mente, así que dar un rápido vistazo a sus pensamientos superficiales no sería problema. Ella confiaba en mí. Lo sé porque no opuso resistencia, me dejó sondearla, y me hizo saber que ella también era una maga. Fue extraño, sentí un extraño sabor a sal. Un sabor a sal concentrado, como el sexo. No fue desagradable, sólo fue extraño. Quiero decir, fue como tener sexo ocasional con una amiga, pero de otro modo, el sexo nunca se había sentido tan real como esa exploración. Espero que Audrey nunca se entere, o que no me quiera arrancar las bolas si lo hace. Se supone que es de mente abierta y que no es una mujer celosa, pero uno nunca sabe con esas criaturas de dos cromosomas X.

Cuando no trabajo con la Sociedad de la Disonancia, sembrando el terror en las infernales corporaciones transnacionales, Zona me invita a participar con los Clubwerkers, para llevar mi mensaje mágico a audiencias más o menos amplias, y receptivas. Es un trabajo arduo, pero quizá valga la pena. Quizá algún día, regrese a nuestro mundo esa época dorada, de esplendor mágico, antes de toda esta basura tecnocrática y racionalista, de todo este rollo positivista y científico, como si la ciencia y la tecnología no fueran magia.

Relato 2

Nota: Antes de continuar, lea el Relato 1.

Respuestas

–¿Quieres decir que yo lo hice?


–¿Por qué te sorprendes tanto? ¿No cultivas flores en tu casa?

Cuando Audrey me dijo que yo era un mago, pensé que hablada de, ejem, ciertas habilidades en, ya saben... la cama. O tal vez, a mi habilidad para crear ambientes sonoros para toda ocasión, con unos cuando discos. Pero cuando me explicó a lo que se refería, casi me caigo de la cama. Por eso, la cama había sido mi primer pensamiento, porque en cuanto terminamos de hacer el amor me lo dijo; “eres un mago”. Eso dijo.

Le conté lo que sentí mientras escuchaba la selección de DJ Paradigma. Pude sentir la soledad de Nietzsche, la tristeza de Poe, el dolor de Cobain, la desesperanza de Ian Curtis, el arrepentimiento de Einstein, el miedo de Artaud. Y era mis propios soledad y tristeza y dolor y desesperanza y arrepentimiento y miedo, y de todo el mundo. Pero también sentí alegría, amor, calma, amistad, fe, cariño, compañía, esperanza, y supe que toda esta felicidad podría curar los males del mundo.

Me explicó que las flores de la esfera llegaron allí como un efecto inesperado de mi despertar a la magia. Fuimos hacia las macetas y, efectivamente, la mayoría de las flores no estaban allí, sino que su lugar era ocupado ahora por tiras interminables de papeles de colores. Ya me encargaré de aliviarlas y hacerlas florecer de nuevo, no es ningún problema para mí. Por alguna razón, las flores no tienen problemas en crecer en este lugar. Tal vez les guste la música que les pongo y las historias que les cuento.

–En realidad, se trata de tu resonancia magia –me dijo Audrey cuando lo comenté con ella.

–¿Cómo es que sabes todas estas cosas? ¿Eres un mago tú también?

–¿No te habías dado cuenta?

Sí, claro, notaba algo especial y diferente en ella. Es más alta que la mayoría de las mujeres. Es más bella que la mayoría de las mujeres. Y está enamorada de mí, eso sí que debe ser algo especial. Pero, ¿magia? Bueno, ¿quién soy yo para decir qué es magia y qué no es? ¿No es magia el que una muchacha que fue violada, un chico abusado por sus padres, un viejo humillado y frustrado, sean capaces de hacerse cargo de su vida al fin, y alcanzar cierto estado de felicidad?

–Y ahora que soy un mago, y que me has confesado que lo eres tú, ¿qué se supone que tengo que hacer?

–Yo no puedo decidir por ti. Es por esa razón que nunca te lo confesé. Espero que no me guardes resentimiento por eso.

Claro que no, ¿por qué todos creen siempre que guardar un secreto es como una traición? Cada persona tiene sus motivos para hacerlo, y cualquier motivo es válido.

–Me gustaría aprender más. ¿Tú puedes enseñarme?

–Puedo, si realmente eso quieres. También me gustaría decirte que puedes darle la espalda a esta nueva vida, y seguir como siempre, pero por más que trates de darle la espalda, y una vez que se te ha caído la venda, ya no puedes ponerla de nuevo sobre tus ojos.

–No le daría la espalda a esto aunque pudiera. Creo que es lo que siempre soñé. Y de alguna manera, me parece la conclusión más natural de mi vida.

–Conque conclusión, ¿no? Más bien, es apenas el comienzo.

–Me parece perfecto.

Besé sus labios, la abracé fuertemente. Después, rebusqué entre las sábanas. Sí, lo sabía aquí está.

–Para ti –le dije.

Le extendí una flor. No sé cómo se llama, pero crecen en el Jardín, y a veces las traigo en macetas a mi casa, donde las cuido. Sé que debe parecer tonto, un hombre cuidando flores, pero a mí me gustan.

–A mí también.

–¿Leíste mi mente?

–Oh, lo siento, a veces lo hago sin darme cuenta.

–Lee esto...

La bofetada me dolió más de lo esperado.

–Oye –le reclamé–, tú empezaste; si no quieres enterarte de las perversiones sexuales de los demás, deberías dejar de leer el pensamiento –presioné play, y comenzó Tu alma en mí, de Corcobado; tu alma está en mí, y la mía en ti.

Reímos, nos abrazamos, y después de un beso largo y perfumado, nos dormimos. Ésta es una vida muy interesante. Y lo mejor, es que recién comienza.

Relato 1

La fiesta del Milenio

31 de diciembre de 2000. Mi cumpleaños 25. La noche final del siglo XX llegaba a su fin, y con ella llegaba no sólo un siglo nuevo, sino un milenio nuevo también; una época reluciente y sin estrenar. El mundo se dividió en dos; una parte se llenó de pánico por lo que pudiera pasar al sonar las doce campanadas, y el temor que se sentía en las empresas que manejaban hardware no actualizado no era el menor. La otra parte sólo pensaba en recibir la novedad con entusiasmo y bailes, con esperanza de que la vida mejorara notablemente con la llegada de una nueva era. Claro, existió una tercera perspectiva, más bien apática, pero tan pequeña que no vale la pena ni mencionarla.

Nosotros, Audrey y yo, organizamos una gran fiesta milenaria en el Club Camaleón; dieciocho horas continuas de música y alegría. Gracias a los dos pisos del Club, pudimos tener dos sets de DJ, dos bandas, o una mezcla de ambas, al mismo tiempo.

Esa noche, yo tuve el primer set. Comencé con algo de Covenant, Frozen Plasma y Sunday Munich; el ambiente era sensual y agradable. Las luces hacían su trabajo adecuadamente (más bien, Juan Carlos, el técnico de iluminación... no me ha perdonado que le robara a Audrey; bueno, eso es lo que él dice, pero sé que está feliz de que Audrey sea feliz conmigo; es buena bestia, Juan Carlos). Después comencé a acelerar el ambiente, primero con Bella Morte, algún remix de A Flock of Seagulls, Spahn Ranch, hasta llegar a Nitzer Ebb, el Neubauten y, claro, Hocico. Más tarde, al anochecer, tendría un segundo set.

En el nivel superior, una chica, que se hacía llamar Dulce Jezebel, programaba ritmos tribales, y por momentos me parecía escuchar algo guapachoso, quizá un jarabe, o tal vez algún son, no es que sea un gran conocedor de los ritmos nacionales.

Todo marchaba de maravilla. Y entonces, apareció él, DJ Paradigma, un mito, una leyenda en el sistema de clubes. Audrey lo había invitado, pero no esperábamos que asistiera; es decir, ¡es DJ Paradigma! Seguro que tendría cosas más importantes que atender que la fiesta de un humilde club. Pero allí estaba, con esa mirada que era como si no estuviera del todo presente, como si mirara las estrellas, o qué se yo.

Su set dio inicio. Incluso los chicos de la banda que tocaría después salieron a medio maquillarse para escuchar la sesión de este genio. Decir que nadie se sintió defraudado es decir poco. Decir que para mí fue estupendo es decir nada.

Usualmente, cuando otro DJ mezclaba o ambientaba, yo no bailaba; prefería escucharlo desde una silla, mientras platicaba con mis amigos. Esta vez no hubiera sido diferente, pero los beats con que arrancó me impidieron quedarme quieto; era como una fuerza misteriosa que me jalaba y obligaba a ponerme en movimiento.

El roce con los cuerpos, el aroma de sus secreciones y perfumes, los colores de sus ropas y las luces, los sonidos sintetizados y orgánicos de la música, las voces extrañas y etéreas que cantaban o recitaban, todo eso dejó de ser lo que era, y por un breve instante, todo era una única cosa. Todos bailábamos como si fuéramos un solo ser, una sola realidad. Podía escuchar la respiración de cada persona, los latidos de cada corazón, y estuve seguro de que había un ritmo en todo ello, un patrón, y no un caos, o quizá un caos si entendemos el caos como un ordenamiento diferente del orden habitual y compulsivo de nuestras sociedades occidentales. Era como el cuarto de un adolescente, donde hay ropa en el suelo, y los objetos no están colocados en los espacios previamente destinados a ellos, sino en otra parte, pero justo donde el adolescente en cuestión necesita que estén.

Eso sentí al principio, y eso sentí al final. Pero hubo un momento intermedio en que me perdí de todo. Ya no escuchaba la música en el sentido humano, la escuchaba en el espíritu. Ya no olía los aromas, o sentía los roces, como huelen y sienten los humanos, sino en espíritu. Sentí la pasión de Mozart, de Stanislavski, de Goethe, de Poe, de Cervantes, de Wagner, de Lennon, de Beckett y de todos los artistas de todos los tiempos. Pero también sentí el dolor de Lenin, de Stalin, de Tito, y de todas esas personas que cayeron víctimas de los regímenes totalitarios, socialistas, republicanos, demócratas o de cualquier otro tipo. Personas inocentes, llenas de terror y tristeza, que cambiarían una larga vida de pesar, por sólo una noche como ésta, llena de alegría y amor y esperanza. Sentí eso, y grité; un grito primario, primordial, antiguo. Y la percepción de todo ese dolor desapareció tan rápido como llegó. ¿Qué fue todo eso? No probé ninguna droga, no he tenido insomnio, no he estado sometido a demasiado estrés.

Sacudí mi cabeza, y recuperé el movimiento. Ya bailaba otra vez con los ritmos de DJ Paradigma, quien, pude notarlo, me miraba fijamente, y, ¿era una sonrisa lo que adornaba su rostro? No tuve tiempo de comprobarlo. Una mano se posó en mi hombro. Era Audrey.

–¿Estás bien? –me preguntó.

–Sí, creo que tuve un mareo, eso es todo.

Audrey no pareció satisfecha con mi respuesta, pero no dijo nada. Bailó de nuevo y yo hice lo mismo.

Una esfera se abrió, dejando caer papeles de colores sobre nuestras cabezas. No, no eran papeles. Eran flores. ¿Quién lo hizo? Yo mismo me aseguré de que las esferas estuvieran llenas y listas. Alguien tuvo que haber cambiado el contenido, pero, ¿quién? Bueno, no importa, las flores son más hermosas que los papeles. Y el aroma que comenzó a flotar en el ambiente era más fresco y agradable. Quien haya hecho esto, se merece un aplauso y una bebida fría por cuenta de la casa.

Cuando el set de DJ Paradigma concluyó, Audrey me llevó a una mesa. Laura, una de las chicas que nos ayuda a atender el lugar, nos trajo bebidas. Audrey una cerveza, yo un Popocatepetl Purple; con licor nacional, claro.

–Creo que al fin has despertado –me dijo. En su rostro había una sonrisa, de esas sonrisas que hemos visto en las fotografías de Robert Smith, mezcla de alegría y tristeza.

–Espero que no estés rompiendo conmigo –dije, mientras daba un trago a mi bebida.

–Ja, ja, ja. No, tonto –y me abrazó con fuerza, y besó mis labios.